Esta carta la escribí el 20 de agosto. Antes escribía mucho para mí, e incluso esta carta se iba a quedar aquí dentro, pero despues de pensarlo mucho he decidido compartirla con vosotros.
Acabo de ser padre. Es una niña y se llama Alejandra. Es preciosa. Hoy cumple veintitrés días de vida. Creo que tenerla en mis brazos es lo más maravilloso que me ha ocurrido nunca. Cada día descubres algo nuevo, cada día es distinto, hoy tiene un color que ayer no tenía, una mirada diferente, un gesto nuevo… pero mañana me pasará lo mismo. No sabría definir este sentimiento, no sabría explicar ese afán de protección.
Por otra parte, mi padre está enfermo; lleva un año así y cada día peor. Tiene una enfermedad degenerativa que le afecta sobre todo al cerebro. Es muy triste ver como tu padre se va consumiendo a un ritmo increíble. Parece mentira ver en lo que se está convirtiendo. Es todavía joven, de una generación maltratada por el trabajo, aunque a mi padre le encantaba lo que hacía.
Llega el momento de la jubilación, la hora de disfrutar, miras atrás y crees que has hecho las cosas más o menos bien, le has proporcionado estudios a tus hijos, se han colocado en tu ciudad, los ves a menudo, puedes disfrutar de tus nietos, no tienes cargas, tienes el piso en propiedad, puedes viajar, es más, debes plantearte tu vida de otra forma. Y llega la enfermedad, cruel, sin avisar. Todo lo que debería ser una vida agradable a partir de ahora, se convierte en una pesadilla.
Para mi madre, todo gira en torno a él. Normal. Se desvive por él. Es fuerte, pero todos tenemos un límite, y no sé cuando llegará el suyo. Hace poco, hablando con ella de problemas de la familia, me dijo: “Yo no tengo ni tiempo ni ganas para esas cosas”. Y es lo mejor que puede hacer.
Si nos damos cuenta, perdemos mucho tiempo en cosas banales. Todo el mundo dice lo mismo, te cambia el concepto de muchas cosas, si el que más y el que menos ha vivido una situación similar, por qué seguimos preocupándonos por cosas que no tienen importancia? Supongo que será condición humana.
Bueno, estoy viviendo momentos totalmente opuestos. Dos generaciones separadas por más de sesenta años.
Una que empieza, con toda la ilusión, la esperanza de hacer las cosas bien, te sientes fuerte y a la vez vulnerable de tener una cosita tan pequeña.
Y la otra, que ves como se va acabando. Un hombre tan activo, un hombre en el que familia y amigos se fijaban en él, una especie de líder, alguien que tomaba decisiones y era el primero que actuaba sobre ellas. Y ahora empotrado casi todo el día en el sillón, sin prestar atención, sin enterarse de nada, cuando habla sus palabras no son coherentes… si tiene momentos de lucidez y te contesta a lo que le preguntas, lo celebras igual que si le hablas a la niña y ella te mira, entre una especie de admiración y sorpresa.
Dos suertes distintas, para una, el camino acaba de empezar; para el otro, está llegando el final.
La vida es eso, nada más.